EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL

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Miradas sobre la infancia

Miradas sobre la infancia

Jesús Vilar Martín
Director Académico de Grado y profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL
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14.01.19

Ahora que llega la época de hacer nuevos propósitos para el año que acabamos de comenzar, puede ser un buen momento para reflexionar nuevamente sobre las miradas que proyectamos sobre la infancia. Para ello, y siguiendo la propuesta que en los años 70 hizo Lloyd Demause en su ya célebre Historia de la infancia, jugaremos con la literatura como fuente indirecta para entender la realidad social de la infancia. Esta nos muestra cómo en cada época ha habido una forma de considerar la infancia. Vamos a ver también que todas estas miradas aún se mantienen entre nosotros hoy en día. Un dato coincidente en buena parte de las personas que han estudiado la historia de la infancia (DeMause, Boswell, Ariès, Carlo Moro, Pancera, Postman, entre otros) es la afirmación que en gran medida esta historia es el relato de una tragedia. De manera genérica, y para hacerlos más comprensibles, podemos organizarla en tres grandes momentos, aunque autores como Demause las subdivide en etapas más específicas. En cualquier caso, la idea de partida es analizar hasta qué punto el adulto ha sido capaz de comprender empáticamente la naturaleza de la infancia o, por el contrario, la relación ha sido de dominio, de proyección de frustraciones o de aprovechamiento de su poder.

La infancia inexistente o explotada

Se trata de un período muy extenso de la humanidad que se caracteriza por el no reconocimiento del niño/a como sujeto social. Vive como un adulto, se le trata como un adulto más, pero está en una posición de indefensión, por lo que sufre las consecuencias de esta inferioridad. Es constante el abandono, la explotación y el abuso sobre su persona en todas las formas imaginables (laboral, sexual, psicológica...). Desde un punto de vista literario, la lista de obras que lo ilustran sería inacabable. Son textos en los de forma más o menos dulcificada, el abandono, la muerte y el abuso están siempre presentes. Niños y niñas tienen ocupaciones que hoy consideraríamos de persona adulta (desde el servicio doméstico en las niñas, hasta la guerra en los niños). Vale la pena recordar algunas obras como los cuentos tradicionales (La Cenicienta, Blancanieves, La casita de chocolate, El flautista de Hamelin), las obras de Charles Dickens (Oliver Twist, Pickwick...), El Lazarillo de Tormes, algún poema de Miguel Hernández (El niño Yuntero, por ejemplo) o el libro de E. Haffner La banda de Berlín, entre otras, para hacernos una idea de la crueldad sufrida en la vida infantil.

La infancia reconocida pero desvalorizada

Avanzando en el tiempo, y como progresión de la etapa anterior, la infancia comienza ser reconocida, pero se la ve como una etapa de imperfección y a veces hasta de maldad, de manera que normalmente lo que hacen los niños/as se valora negativamente y esto hace que la relación con el adulto acostumbre a ser difícil y a menudo traumática. Es lo que los expertos definen como la época de los “todavía no” (no responsables, no autónomos, no educados), por lo que la relación con el mundo adulto se basa en la obediencia, la sumisión y la disciplina, a veces con castigos crueles, al ser considerados como un problema. En la literatura infantil clásica un ejemplo de directividad permanente y de necesidad de corregir el comportamiento infantil puede ser Heidi, de J. Spyri o, de manera más suavizada, Mary Poppins, de P.M. Travers. Otros clásicos donde el protagonismo lo tiene la infancia o la juventud pueden ser la obra de R. Musil Las tribulaciones del estudiante Törless o, más recientemente, El guardián sobre el centeno de Salinger, el libro de H. Buten Cuando yo tenía cinco años me maté o Aires nuevos, de P. Kocan. Son textos en los que se ve claramente como los adultos son incapaces de comprender las necesidades y los sentimientos de la infancia o la adolescencia y cómo los protagonistas han de adaptarse a un mundo adulto que les es hostil.

Dentro de esta misma época, puede darse el caso de una cierta dulcificación respecto del trato dado por los adultos, aunque sigue siendo desde la superioridad y el autoritarismo. En esta época acostumbra a pasa que la infancia vive en un mundo aparte, muy diferenciado del de los adultos, en el que toca hacer un “doble juego”: por una parte, han de comportarse como se espera que hagan para evitarse problemas pero, por otro, tienen un mundo secreto propio. En la literatura clásica, un ejemplo puede ser las obras de Mark Twain (Tom Sawyer), las diferentes series de personajes de Enid Blyton o, desde otra perspectiva más actual, las historias de Harry Potter. Desde el punto de vista autobiográfico, puede ser de interés leer Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt o el clásico Tanguy, de Michel del Castillo.

La infancia reconocida y respetada

Finalmente, llegamos a un momento en el que la infancia es reconocida desde su singularidad, y el niño/a es visto como la persona que es hoy y no tanto como el adulto que será mañana. Es desde esta perspectiva claramente empática que se empieza a hablar del niño/a como sujeto de derecho, como persona que es a la vez presente pero también futuro. En este caso, la relación con el mundo adulto se construye desde el respeto a las características del mundo infantil. El adulto asume la responsabilidad de ser una guía que orienta en el complejo camino de crecer, pero no desde el dominio y la sumisión, sino desde la creación de escenarios donde cada niño/a pueda desarrollar su propia manera de ser y de relacionarse con ese mundo que poco a poco va descubriendo. Se comprende que el niño/a es un aprendiz y, como cualquier persona que aprende, comete errores, los mismos que todos cometemos cuando nos enfrentamos a nuevas situaciones, desconocidas para nosotros. Aquí la persona adulta ha de hacer el esfuerzo de respetar los tiempos y los ritmos del aprendiz y crear las mejores condiciones para que sea un buen aprendizaje que le capacite para una vida autónoma, feliz dentro de lo posible, respetuosa consigo mismo y con los demás. Como novela infantil clásica un buen ejemplo es Pippi Långstrump, de A. Lindgren. Algunas otras obras no infantiles que transmiten esta capacidad de comprensión del mundo infantil pueden ser Me voy con vosotros para siempre, de F. Chappell; Una temporada para silvar, de Ivan Doig o, de manera más indirecta, La ley del menor, de I. McEwan.

En síntesis, es una etapa en la que se produce un cambio cualitativo en la forma de convivir con la infancia desde el reconocimiento de una forma de sentir y de pensar que ha de preservarse y evitar la “desaparición de la infancia” que pronosticó Postman.

Conclusión

Aunque estas etapas se han ido sucediendo de forma cronológica y progresivamente la forma de relación con la infancia ha ido mejorando, la cuestión es que no se anulan entre ellas, sino que conviven, de manera que el predominio de la etapa más actual no impide que las otras sigan presentes, quizás de manera minoritaria, pero igualmente activas. Esto nos permite entender por qué hoy en día, cuando está plenamente vigente la Convención de los derechos del Niño ratificada por la mayoría de países, siguen habiendo situaciones de explotación, de abuso y de dominio cruel hacia la infancia. Desgraciadamente, no se trata de hechos excepcionales, sino que son el reflejo de unas formas de entender la infancia que siempre han existido y que en la actualidad siguen vigentes. Seguramente no las queríamos ver y, en el caso de producirse, la mejor defensa era pensar que se trataba de situaciones aisladas. Pero en estos días tenemos suficientes evidencias como para convencernos que la norma continua siendo la de una infancia triste.

La alternativa, es una militancia explícita con el compromiso de crear condiciones favorables para el crecimiento de la infancia. Esto no significa caer en el tópico del niño-rey al que todo se le consiente o del adulto que trata al niño/a como un igual (ambos casos serían formas distintas de abandono o de renuncia a la responsabilidad adulta). Se trata de crear entornos donde se preserve la naturaleza de la infancia y se ayude a crecer, a aprender y a vivir desde el respeto.

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