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Soledad en tiempo de hiperconexión: retos y aprendizajes de adolescentes en contextos vulnerables

Soledad en tiempo de hiperconexión: retos y aprendizajes de adolescentes en contextos vulnerables

Laia Alamán
Técnica de Proyectos de Consultoría y Estudios de la Fundación Pere Tarrés
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15.10.25

Cuando hablamos de la salud y el bienestar de los y las adolescentes, existe una realidad que cada vez preocupa más: la soledad no deseada. La Organización Mundial de la Salud la ha reconocido como una preocupación de salud pública mundial y varios estudios muestran que los y las adolescentes son uno de los colectivos más afectados. Ahora bien, es necesario matizar que la soledad en sí misma no es necesariamente negativa. En determinados momentos puede ser una valiosa experiencia, un espacio de calma, introspección y autonomía personal. Se convierte en un problema cuando esta soledad se percibe como impuesta o no deseada: cuando el o la adolescente querría establecer vínculos significativos, pero no encuentra oportunidad o recursos para ello.

Cuando hablamos de salud mental adolescente, conviene recordar que —tal y como define la OMS— la salud no es solo ausencia de enfermedad, sino un estado completo de bienestar físico, psicológico y social. Esta perspectiva nos obliga a mirar más allá de los síntomas clínicos y situar la adolescencia dentro de un entramado mucho más amplio: las condiciones materiales y sociales de vida. Pobreza, vivienda, entorno educativo, relaciones familiares y redes comunitarias son determinantes sociales que influyen directamente en cómo los y las adolescentes se sienten, interactúan, construyen su identidad y dotan de sentido sus experiencias vitales.

Desde la Fundación Pere Tarrés estamos impulsando un estudio para analizar cómo las condiciones sociales adversas inciden en el bienestar emocional y la salud mental de los y las adolescentes de entre 10 y 19 años que viven en contextos de vulnerabilidad. Nos centramos, en particular, en el impacto de dos fenómenos que a menudo van juntos: la pobreza y la soledad no deseada. La carencia de recursos económicos no solo limita el acceso a oportunidades educativas, culturales o de ocio, sino que también dificulta la construcción y el mantenimiento de vínculos sociales sólidos, multiplicando así las probabilidades de vivir experiencias de soledad no buscada. Cuando esta situación se alarga en el tiempo, el riesgo de desarrollar ansiedad, tristeza profunda o aislamiento social aumenta significativamente. El objetivo del estudio no es solo describir esta compleja realidad, sino también identificar los factores de riesgo que la condicionan y los elementos protectores —como el apoyo familiar, escolar y comunitario— que pueden actuar como barrera. Asimismo, busca detectar las estrategias de intervención más efectivas para reforzar la acción de las entidades sociales y mejorar el acompañamiento a los y las adolescentes en situación de vulnerabilidad.

Un fenómeno transversal en muchas de las realidades analizadas es la paradoja de la hiperconexión. Las personas adolescentes nunca habían estado tan conectadas a través de móviles, videojuegos y redes sociales, y, sin embargo, se observa cómo los índices de soledad no deseada no paran de aumentar. La conexión digital, en lugar de garantizar sólidos vínculos, a menudo genera relaciones superficiales, comparaciones constantes y, en algunos casos, exclusión. Esta contradicción se hace aún más visible en contextos de vulnerabilidad, donde la falta de recursos familiares y comunitarios dificulta la posibilidad de disponer de vínculos sólidos que ayuden a contextualizar y afrontar de forma saludable las relaciones digitales, reduciendo sus riesgos.

La investigación muestra que existen factores de riesgo que multiplican la probabilidad de que la persona adolescente experimente la soledad no deseada: la pobreza persistente, la falta de adultos de confianza o la discriminación social y económica. Pero también sabemos que existen factores de protección que marcan la diferencia. El apoyo familiar, docente y entre iguales actúa como elemento protector frente a la soledad y mejora la salud mental. Además, las propias personas adolescentes señalan que los grupos de jóvenes y espacios comunitarios pueden ayudarles a desarrollar autoestima, habilidades emocionales y vínculos de amistad significativos. En este contexto, las entidades sociales también tenemos un papel primordial en el acompañamiento de estas situaciones, detectando dinámicas de riesgo e interviniendo desde el conocimiento de las realidades complejas que transitan nuestros y nuestras adolescentes.

Si la hiperconexión digital ha puesto de relieve las fracturas sociales, también nos abre la oportunidad de repensar cómo, desde el Tercer Sector, queremos cuidarnos como comunidad. Ningún adolescente debería sentirse invisible, y esta es una responsabilidad que nos concierne a todas las entidades. Convertir la conexión en vínculos reales y significativos es un reto colectivo que solo podemos afrontar sumando esfuerzos. Generar espacios seguros, promover relaciones de confianza e impulsar la participación adolescente son caminos que, si los recorremos juntos, pueden garantizar salud y bienestar a las nuevas generaciones.