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La interioridad, nuestra fuerza vital

La interioridad, nuestra fuerza vital

Enric Benavent Vallès
Profesor de los Grados en Educación Social y en Trabajo Social
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20.06.23

Todas las personas estamos formadas por una doble dimensión, la exterior (mi cuerpo, con el que percibo y me expreso) y la interior (la vivencia que cada uno tiene de los sentimientos, pensamientos, deseos...). En un mundo acelerado y sin referentes a menudo desatendemos esta vertiente interior sin ser conscientes de que es la verdadera fuerza que guiará nuestras decisiones. ¿Pero cómo podemos conocer mejor y educar nuestra interioridad?

Lo exterior y lo interior son dos partes de mí mismo. Dos partes que están relacionadas. Lo exterior es lo que se ve de mí desde fuera, básicamente mi cuerpo. El cuerpo es expresivo, más allá de la palabra. También es frágil y vulnerable, es necesario cuidarlo. Además de servirme para expresar lo que soy, con el cuerpo percibo todo lo que ocurre a mi alrededor, a través de los sentidos.

Lo que tengo claro es que cuando pienso en mí no me reduzco a mi dimensión exterior. Lo que los demás perciben de mí a través de la gestualidad de mi cuerpo es, en el fondo, un reflejo de lo que ocurre en mi interior. La exterioridad y la interioridad forman una única realidad, inseparable. La vida interior es un reflejo de la exterior y la vida exterior es un reflejo de la interioridad.

Esta naturaleza interna que cada uno de nosotros posee tiene una base esencialmente biológica, natural, intrínseca, innata. Cada vez se conocen mejor desde un punto de vista científico sus mecanismos.

Aunque estamos hablando de una realidad que es propia de cada persona, tenemos plena conciencia de que es también común a la especie humana. Reconozco mi vida interior como aquello que me constituye fundamentalmente y al mismo tiempo, que los demás tienen también su vida interior.

El contenido de la interioridad es una realidad muy sutil y a la vez, la fuerza vital de la persona. Estamos hablando de una cosa imperceptible para los sentidos que está compuesta por una gran diversidad de elementos: los pensamientos, los recuerdos, las emociones, los deseos, las fantasías, las alegrías, las tristezas. La interioridad es difícil de definir porque más que un concepto o una idea es una vivencia. Vivimos la propia interioridad y sólo conocemos la interioridad del otro a partir de la forma en cómo expresa externamente su vivencia.

Esta naturaleza interna tiene un carácter premoral. Es decir, las principales necesidades, las emociones básicas y las potencialidades humanas son neutrales o positivamente “buenas”. Lo que percibimos como malo es fruto de la reacción contra la frustración de nuestras necesidades. Los deseos no logrados, a causa de las limitaciones que tenemos, son lo que nos genera sufrimiento.

Sin embargo, también es cierto que las experiencias de frustración, de privación o de dolor son oportunidades para revelar y actualizar nuestra naturaleza interior. Podemos afrontar estas situaciones desde la interioridad, sintiendo que tenemos la capacidad de tomar decisiones sobre la propia vida, desde lo que valoramos como positivo y rehaciendo el desorden que generan las situaciones no deseadas.

Es muy importante cultivar la naturaleza interior para que actúe como principio rector de nuestra vida. Sólo tomando conciencia del valor de la propia interioridad podemos descubrir nuestra vocación y poner nuestras decisiones en el camino correcto. Si no cuidamos nuestra interioridad, enfermará, es decir, dejará de ser la fuerza que guía la propia vida, y otras fuerzas ajenas a nosotros harán este papel de guía.

Cuántas veces nos encontramos con personas que, a pesar de tener todas las necesidades básicas cubiertas, enferman por dentro, tienen angustia, depresión, y manifiestan no sentirse felices. Vivimos en un momento en que este tipo de enfermedades mentales son cada vez más habituales.

Educar la interioridad es, seguramente, la principal tarea de la educación. Ayudar al otro a ser dueño de sí mismo, a conocerse muy bien para poder dirigir la propia vida y tomar las propias decisiones. Acompañarle en el proceso de comprender sus emociones y a no ser un esclavo de éstas, a dar sentido a los acontecimientos que suceden en la vida.

Este acompañamiento es a menudo necesario, porque la naturaleza interna no es fuerte sino débil, delicada, sutil, y resulta fácilmente derrotada por los malos hábitos y las presiones sociales. Así, ocurre a veces que, de tan ocupados que estamos en mostrarnos hacia fuera, nos olvidamos que tenemos vida interior. Y de la misma manera, de tan imperceptible que es la esencia de esa interioridad, nos olvidamos que el otro también tiene vida interior.

Cuanto más conozcamos la naturaleza interior de la persona más fácil será ayudarla a encontrar caminos de felicidad, de paz, de sentido, de respeto por sí mismo, de amar, de proyectarse hacia la autorrealización. Es por eso que educar la interioridad es una buena estrategia de prevención de enfermedades mentales, especialmente en un mundo donde faltan referentes claros de vidas plenas, autorrealizadas. La incertidumbre del momento no ayuda a construir una vida interior con solidez.

La naturaleza interior, aunque es débil, raramente desaparece. Por ello es tan importante que las personas que se dedican a profesiones del ámbito social centradas en el acompañamiento personal no pierdan de vista esto, ya que es desde el reconocimiento de esta interioridad del otro que podemos ayudar a encontrar o a reconstruir el sentido de la existencia.

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