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¿Cómo el trabajo social y la educación social velan por la salud mental de los niños y niñas?

¿Cómo el trabajo social y la educación social velan por la salud mental de los niños y niñas?

Elena Requena
Directora del Grado en Trabajo Social de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés - URL
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24.02.22

Se tiende a pensar que la salud mental es una cuestión esencialmente biológica, que depende únicamente de variables individuales o de cómo eran las personas que nos educaron. Sin subestimar estos aspectos, es necesario enfatizar que la sociedad donde vivimos también es un condicionante muy importante en la formación de nuestras aptitudes, en nuestro estilo al afrontar los retos cuotidianos y en cómo nos relacionamos con los otros… En definitiva, condiciona cómo es nuestra personalidad y qué grado de salud mental presentamos.

Entonces, si hay que tener en cuenta las condiciones sociales cuando hablamos de salud, ¿qué pueden aportar el trabajo social y la educación social en el cuidado de la salud mental de nuestros niños y niñas?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como un todo: no puede haber salud mental sin salud física, y viceversa. La OMS entiende la salud como un estado de bienestar físico, psíquico y social, y no como la mera ausencia de enfermedad; la salud entendida como aquel estado en que el individuo es consciente de las propias capacidades, puede hacer frente a las tensiones normales de la vida y participa fructíferamente en la comunidad.

Es fundamental, pues, cuidar de la salud a lo largo de todo el ciclo vital. Sin embargo, el cuidado de la salud mental durante la primera infancia –especialmente en los primeros tres años de vida– es primordial para la repercusión tan importante que las experiencias tempranas tienen en el desarrollo de la persona y que pueden afectar a toda su vida.

Por eso, durante esos primeros años, es necesario asegurar al máximo que el desarrollo de las capacidades sociales, intelectuales y emocionales de los niños y niñas sea óptimo, lo que le permitirá experimentar y aprender, regular sus emociones, así como establecer relaciones cercanas y seguras.

Lograr todo ello requiere de un entorno social que sea seguro y saludable. Las condiciones sociales en las que vive un niño o niña tienen un gran impacto en su salud mental. Algunas de estas condiciones, el niño o niña las vive directamente como, por ejemplo, el tipo de experiencias educativas que recibe o qué cobertura tienen sus necesidades básicas. Además, están los condicionantes sociales, que también afectan a la salud mental de los niños y niñas, pero de forma indirecta, es decir, a través de su familia o de sus referentes más inmediatos. Nos estamos refiriendo a características de la sociedad donde vive el niño o la niña que lo hacen más o menos saludable, por ejemplo: las condiciones laborales de los padres y madres, el nivel de conflicto y la violencia existente en la comunidad, la existencia de programas de apoyo a la crianza, disponer de recursos comunitarios en salud mental tanto de carácter sanitario como no sanitario, el acceso a una vivienda digna, programas específicos para los colectivos sociales de mayor vulnerabilidad, entre otros.

Por tanto, crear sociedades más acogedoras y más promotoras de salud mental para la primera infancia no se reduce únicamente a tener una buena red de atención sanitaria, sino que, sobre todo, implica mejorar la calidad de vida de toda la ciudadanía, incidir en la prevención precoz y partir de un modelo holístico, amplio y no exclusivamente médico de lo que es la salud mental.

Si queremos sociedades más saludables, es necesario:

1. Reivindicar políticas sociales que cuiden y potencien la familia, la escuela y el tejido comunitario, los tres fundamentos del desarrollo de niños, niñas y adolescentes.

2. Conciliar verdaderamente la vida laboral y familiar. Una crianza de calidad necesita tiempo de dedicación, especialmente, en los llamados “mil días de oro"”, los primeros tres años de vida, que es un periodo crítico para el desarrollo neuronal y afectivo del bebé.

3. Potenciar la educación emocional en las escuelas tanto dirigida a los niños y las niñas, para que sepan reconocer y manejar las emociones, pero también dirigida a madres y padres y otras figuras de referencia para que sean un buen modelo de gestión de las emociones.

4. Apostar por nuevos modelos de atención en salud mental, más holísticos e integradores, que contemplen la prevención y la intervención en los condicionamientos sociales que afectan a nuestra salud mental.

5. Fomentar programas de detección y diagnóstico precoz, con el fin de poder iniciar lo antes posible la intervención, si fuera el caso. Y en pequeña infancia, esto es crucial por dos motivos: por un lado, por la plasticidad neuronal y a todos niveles que presentan los niños y niñas más pequeños, que hace de este periodo de vida un momento óptimo para intervenir; por otro lado, para evitar cronificaciones y poner en riesgo la correcta evolución del niño y la niña a nivel de aprendizajes, habilidades sociales o desarrollo intelectual.

La construcción de una sociedad psicosocialmente sana requiere de una mirada integradora y multidisciplinaria porque hacen falta disciplinas profesionales muy variadas para lograrlo, entre ellas, el trabajo social y la educación social. Concretamente, en el campo de la salud mental infantil, el trabajo social y la educación social aportan su experiencia:

  • Participando en la detección precoz de problemáticas en salud mental infantil y, eso, desde cualquier recurso o equipo donde se trabaje: centros socioeducativos, espacios materno-infantiles, servicios sociales, escuelas, recursos institucionales de protección a niños y niñas, entre otros. Los y las profesionales del trabajo social y de la educación social están especialmente preparados para detectar situaciones de riesgo en la infancia.
  • Trabajando con las familias, desde el recurso que sea, con el fin de potenciar sus competencias, especialmente las de tipo emocional y de parentalidad positiva.
  • Estando presentes en los equipos clínicos de atención a niños, niñas y familias y desarrollando tareas tan variadas como dinamización de grupos de familias, aulas hospitalarias, informando sobre recursos del territorio, conducción de talleres de habilidades parentales o de educación emocional.
  • Aportando la visión comunitaria en los programas de prevención y de intervención en salud mental infantil, y de erradicación del estigma social.
  • También, por último, liderando la coordinación dentro de los equipos interdisciplinarios, y entre los ámbitos sanitario, escolar y social, con el fin de hacer posible un auténtico trabajo en red.

En resumen, si queremos cuidar la salud mental de nuestros niños y niñas, debemos prestar atención a los condicionantes sociales de la salud mental. El apoyo social insuficiente en la crianza, el estrés laboral y las circunstancias sociales adversas son aspectos que inciden directamente en nuestra salud, especialmente, en la de los más pequeños porque, debido a su inmadurez, es más fácil que sufran su impacto negativo.

En definitiva, está bastante demostrado que la comunidad donde viven los niños y niñas puede ser protectora de su salud mental o, por el contrario, poner en riesgo su correcto desarrollo. El trabajo social y la educación social son profesiones especialmente preparadas para intervenir a este nivel. Desde su experiencia, trabajan para conseguir una sociedad más justa y más equitativa, más saludable para todos, con especial sensibilidad para promover la salud mental de los más pequeños, que son nuestro futuro.