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Retos y desafíos en la atención a jóvenes migrantes no acompañados

Retos y desafíos en la atención a jóvenes migrantes no acompañados

Catarina Alves
Docente y técnica del Proyecto Incorpora Jove de Inserción Laboral de la Fundación Pere Tarrés
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08.01.20

Emprender un proyecto migratorio inevitablemente supone retos y desafíos, muchas veces impredecibles, principalmente para la persona migrante pero también para la sociedad de acogida. Cuando este proceso, además, se da en la adolescencia, caracterizada por inseguridades, dudas en relación al futuro y dificultades de priorización de objetivos, su impacto se incrementa exponencialmente.

España ha sido tradicionalmente un país de acogida de personas inmigrantes, a la vez que su población autóctona ha salido también a buscar oportunidades laborales, económicas y de mejora de condiciones de vida. En la historia de estos ciclos migratorios mutuos, nos encontramos cada vez más con un fenómeno migratorio de jóvenes (tanto menores como mayores de edad) provenientes de varios países del continente africano o incluso de Oriente próximo, que buscan paliar situaciones de pobreza, desamparo, violencia o falta de perspectivas de vida en sus ciudades y países de origen.

Varios factores contribuyen a que estas migraciones sean particularmente complejas y preocupantes desde un punto de vista de derechos humanos, al exponer cómo la situación de la infancia a nivel mundial sigue siendo de extrema vulnerabilidad. Y es que estos procesos migratorios no empiezan en el momento en que estos jóvenes se vuelven visibles en nuestros medios de comunicación, sino que arrancan a miles de kilómetros de nuestras ciudades, en entornos caracterizados por la guerra, el hambre y la pobreza extrema, y en edades muy tempranas. En el trayecto hasta llegar a nuestras fronteras, estos jóvenes cruzan varios países, a veces sin acompañamiento de ningún adulto, en medios de transporte precarios, y frecuentemente privados de alimento y agua durante largos periodos de tiempo. Pero también sufren la exposición a otras violencias físicas, económicas, sexuales y psicológicas, a las que se añade la violencia institucional de los estados por los cuales pasan sin que reciban el tratamiento y atención a que tienen derecho. 

Estos derechos están claramente tipificados en la Convención de los Derechos del niño de la UNICEF (1989), ratificada por 192 países en todo el mundo, incluso el Estado Español y, por lo tanto, de obligatorio cumplimiento. Aquí se establece el deber de las naciones de proteger a los niños y niñas en todos los ámbitos de su vida, principalmente contra la violencia y explotación y potenciando su derecho a la salud, a la educación, a un ambiente protector y que les permita potenciar su desarrollo, entre muchos otros derechos.

Si sus trayectorias migratorias nos resultan invisibles, las limitaciones a la entrada de inmigrantes en el territorio español establecidas en los años 90 y el aumento de entradas irregulares en el territorio transforman esta invisibilidad en imágenes concretas a las que todos tenemos acceso: jóvenes que arriesgan su vida en pateras, saltando la valla de Melilla o escondidos en maleteros de coches. Esto significa que, además de las vulneraciones de derechos que empujan a estos jóvenes a salir de sus países y de los peligros encontrados a lo largo del viaje, también en el momento de llegar a puerto seguro arriesgan su vida.

Con más de 12.000 jóvenes menores migrantes no acompañados en España, y sin tener en cuenta los que ya han cumplido la mayoría de edad, su llegada a los servicios de atención psicosocial de primera línea, sea a los Centros de Servicios Sociales públicos o a las ONGs que los acompañan, supone un reto de una particular complejidad para los profesionales del ámbito social.  En este encuentro entre jóvenes y profesionales, varias preguntas se ponen de relieve: ¿Qué necesitan estos jóvenes? ¿Cómo co-construir con ellos un proyecto vital? ¿Cómo asegurar que no sufren más vulneraciones de derechos? ¿Y qué saberes, actitudes y respuestas emocionales hemos de desarrollar, no solo los y las profesionales, también la sociedad en general, para garantizar que puedan tener un futuro exitoso?

Desde la posición de los profesionales es un enorme desafío encontrar las formas de dar apoyo a jóvenes con historias de vida donde se intersectan la adolescencia, la ausencia de red social y de referentes, la precariedad económica, la falta de estudios reglados y de proyecto profesional, sus vivencias previas frecuentemente caracterizadas por violencias continuadas y la desconfianza, e incluso rechazo, que sufren muchas veces en la sociedad de acogida.

Por este motivo es fundamental que nuestra actuación profesional se centre alrededor de algunos ejes fundamentales, como:

El establecimiento de un vínculo seguro, basado en la confianza mutua, que potencie la autoestima, seguridad y motivación;

El respeto por la capacidad de agencia, dando el protagonismo al joven para tomar las decisiones que afectan a su vida, escuchando sus expectativas y deseos y potenciando su autonomía desde el respeto cultural, a la vez que acompañándolos desde una perspectiva educativa (evitando juzgarles);

El abordaje holístico, que incorpore la complejidad de la vida desde una mirada poliédrica que aborde los diferentes retos y problemáticas que los afectan pero que también entienda a los jóvenes más allá de sus necesidades básicas, incorporando la visión lúdica, social, espiritual/religiosa, etc.;

El trabajo en red, para abordar la complejidad de sus vidas en conjunto con los diferentes profesionales e Instituciones que intervienen en la atención de forma coordinada y coherente;

El refuerzo del empoderamiento colectivo, reconociendo la importancia de la red de iguales y capacitándolos para que establezcan relaciones sanadoras que les permitan poner en práctica sus capacidades de resiliencia;

El desarrollo de nuestras competencias profesionales para asegurar que ofrecemos una atención de calidad, principalmente en cuanto a:

  • Competencia cultural, entendida como el conjunto de habilidades, prácticas y actitudes arraigadas que pueden garantizar un enfoque culturalmente respetuoso y no esencialista;
  • Intervención desde una perspectiva de derechos humanos, que garantice la igualdad de derechos y oportunidades a todos los jóvenes atendidos, principalmente los que han sufrido más la vulneración de estos derechos;
  • Autorreflexión profesional en espacios compartidos con otros profesionales para reflexionar y potenciar un proceso de mejora continua por medio del desarrollo de estrategias compartidas.

Queremos pensar que somos capaces de abordar estos desafíos desde una perspectiva de Derechos Humanos y de valores esenciales como los de la solidaridad, la protección y el respeto mutuo, para lo cual necesitamos conocer y escuchar sus vivencias, desde la empatía y la comprensión.

Pero el contacto con historias de vida tan complejas también nos ha de hacer reflexionar sobre nuestro lugar de privilegio en el mundo y nuestra responsabilidad comunitaria en el momento de adoptar una actitud de respeto hacia “el otro” que incluya la mirada multicultural que caracteriza nuestra sociedad.

Por eso, es esencial la formación que permitirá poder abordar con solvencia los retos que tenemos en la atención a los jóvenes migrantes no acompañados.