EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL

BLOG DE LA FACULTAD PERE TARRÉS

El reto ético de ir más allá de la urgencia: construir comunidad, construir esperanza

El reto ético de ir más allá de la urgencia: construir comunidad, construir esperanza

Jesús Vilar Martín
Director Académico de Grado y profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL
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04.09.16

Hace ya casi 35 años que Ridley Scott nos dejó claro en Blade Runner que la tecnología no da la felicidad y que lo esencial para el ser humano es alguna otra cosa de carácter inmaterial e intangible. Es evidente que hay que “tener” recursos para llevar una vida digna, pero la plenitud de la vida está en encontrar el sentido del ser y del vivir (la “sociedad del ser”, en palabras de Fromm) que está más allá de lo material. No olvidemos que “el hombre feliz” del cuento de Tolstoy era el que no tenía ni camisa, algo que parecen saber bien en el reino de Bután, donde ponen el énfasis en “la felicidad interior bruta” como alternativa al “producto interior bruto”. En definitiva, lo material es el medio, no la finalidad.

Los terribles acontecimientos de los últimos tiempos (atentados fundamentalistas, crisis humanitarias, tensiones raciales y religiosas, desastres ecológicos….) ponen en evidencia que nos queda mucho por aprender sobre el “vivir juntos”  que apuntaba Delors en los “cuatro pilares de la educación del futuro” y sobre la construcción de un mundo nuevo donde los parámetros de éxito y de desarrollo se midan desde criterios humanistas, quizás “inútiles” desde el punto de vista de su aplicación, como diría Ordine, pero fundamentales desde el punto de vista de la construcción del sentido vital.

Ciertamente, las circunstancias actuales hacen que la educación social y el trabajo social no hayan podido evitar una forma de trabajo que pone cada vez más esfuerzos en remediar la urgencia material. Esto es imprescindible pero si no se mira con más perspectiva, se corre el riesgo de desvirtuar el sentido moral último de estas profesiones. Cada vez más, la idea de éxito se traduce en resultados tangibles y materiales: disponer de una prestación, ocupar una plaza en un recurso, calcular el número de expedientes iniciados… elementos que nos hacen sentir cómodos y recompensados si el éxito se mide en resultados materiales, tangibles, de carácter individual y a corto plazo que respondan a la aplicación de protocolos cerrados. Esta es una forma de evitar el conflicto de valor, la contradicción o la pérdida de sentido cuando los resultados son insignificantes.

Pero todos sabemos que la incorporación social de una persona va mucho más allá de esas evidencias: requiere del desarrollo de elementos intangibles que aporten el sentido a incorporarse y al sentirse acogido, aspectos que apuntan directamente a la idea más compleja de construir comunidad. En este caso, la búsqueda de efectos positivos de carácter colectivo a medio plazo, frecuentemente se deja de lado al ser mucho más difícil desarrollar acciones e identificar evidencias de progreso.

 Y así se plantea el reto fundamental: ¿qué debemos hacer para realmente construir comunidad como espacio humanizado de acogimiento, protección y desarrollo, que articule de forma adecuada el ser individual de cada persona con un ser colectivo? ¿Y quien debe hacerlo?

No podemos poner esta pesada carga ética únicamente sobre la espalda de los profesionales. No sería justo responsabilizar a unos pocos de reparar los efectos de las irresponsabilidades del conjunto de una sociedad y de unas políticas que permiten que las cosas sean como son, pero que luego se escandaliza de las consecuencias que provocan.Es imprescindible crear estructuras de soporte a los profesionales para resolver las contradicciones y los dilemas de su práctica profesionalUrge también una educación política de la sociedad en la que todo el mundo, desde el lugar que le toque ocupar, se sienta  corresponsable de lo que estamos construyendo entre todos y especialmente sensibles sobre lo que dejaremos a las generaciones venideras.

Como indicaba Morin, en un mundo de alta complejidad en los que los sistemas normativos se quedan cortos, el futuro descansa en la autoética y la autoregulación. Hay que desarrollar de nuevo un cierto sentido del deber, entendido como la obligación moral que una persona se autoimpone para conseguir un bien común. Si no damos los primeros pasos en esta dirección, el riesgo que se corre es evidente: la sombra de los “no lugares” que definió Auger se extiende sobre las sociedades modernas, donde crece el anonimato, la soledad y la supervivencia individual a partir de la ausencia de vínculos. También crecen los “territorios totales”, trasposición de las instituciones aisladas y en paralelo a la sociedad que definió Goffman y que aquí asociamos a la idea de barrios convertidos en los nuevos guetos donde los profesionales desembarcan cada día para pacificarlos y contenerlos mediante recursos, pero haciéndolos impermeables para entrar o para salir de ellos.

Es tarea de todos construir una comunidad acogedora, humanizada y justa desde la implicación y la corresponsabilidad de todos los agentes, profesionales y no profesionales. Tenemos los medios técnicos y tecnológicos para hacerlo, así que este cambio depende en buena medida de la voluntad y la predisposición de iniciarlo. Hay que aprender de nuevo la generosidad de dar como estrategia para construir convivencia en un mundo plural, diverso, dinámico, contradictorio, sin verdades únicas y universales. Y hay que entender también que nadie lo hará en nuestro lugar: cada persona es soberana de sus decisiones y corresponsable con las demás de aquello que construimos juntos. Se trata de enfrentarnos responsablemente a la tarea de construir un futuro que ya está aquí.

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